El brócoli tiene unas propiedades
nutritivas y antioxidantes excelentes, no se puede negar. Se puede cocinar de diversas formas porque combina muy
bien con cualquier tipo de alimento, hay multitud de recetas que lo confirman.
Como su cultivo no requiere condiciones especiales para su producción, se
podría decir que es un vegetal más que rentable para nuestro bolsillo y nuestra
salud.
Aún con esta carta de presentación de
premio nobel de las verduras, lo odio con toda mi alma. No soporto su olor,
fresco o cocinado, ni su textura, al tacto o paladar, ni su forma de bonsai
bastardo. Desde la infancia me ha perseguido buscando hacerse un hueco en mi
alimentación. Siempre le he dado la espalda, pero no ha desistido.
Mi madre fracasó camuflándolo en forma de
puré, me saltaba la alarma en la primera cucharada. En los restaurantes, lo pueden servir como
guarnición, pero sería más propio
llamarlo “guarrición”. Tarde o temprano, de una forma u otra, cuando consigo
olvidarlo, reaparece en un plato.
Lo peor de todo esto es que mi mujer es
vegetariana y amante de este vegetal del diablo. Por eso, quiero hacer
pública mi rendición absoluta. Hay cosas contra las que no se puede luchar y
ésta es una de ellas. Lo que ha unido Dios que no lo separe el brócoli.