Las cortinas de baño son entrañables. Salen
de la tienda plegadas en el interior de un asfixiante e incómodo plástico, pero
llenas de ilusión por desplegarse en el
nuevo lugar que las espera. Nadie se ha preocupado antes de explicarles su
destino. Nadie las ha preparado psicológicamente para su labor. Esperan un
lugar cálido y luminoso dónde lucirse tapando una ventana y se encuentran con
un lugar húmedo y oscuro, haciendo de escudo contra el agua. En esa cruda y
alicatada realidad, envidian con tristeza a sus hermanas del salón y
dormitorios e incluso a las de la cocina aunque se manchen de grasa. Por esta
razón, en algunas ocasiones cuando te duchas, buscan cariño y se pegan a tu
cuerpo.